lunes, 15 de noviembre de 2010

Manual de la dispersión: La prosa ajena.

Había una vez una prosa espesa, diametral, que tras un tiempo incierto, se derramó por un intersticio solar. Un silencio cadencioso succionó el temor a las palabras y el humo, sádico e irritante, tensó el aire que podía contenerlo. Una prosa muerta, desangrada y evaporada, un abismo de preguntas informuladas. Aquella prosa suicida, renuente dentro de un cerebro pausado, trató de denunciar a los adioses, a las indiferencias, el paso del tiempo y sus traiciones. Ante sus quejas sin plantear no hubo, naturalmente, reacciones, sólo hubo prosas hipócritas desde el tenaz circo de la soledad.