lunes, 18 de julio de 2011

No nos gustan las fronteras.

 
No nos gustan las fronteras, son una línea imaginada para convencernos de que existe una diferencia que nos opone, una diferencia negativa, cuyos ingredientes son el miedo y el poder. Son muros simbólicos erigidos en la identidad, que se sientan estáticos, siempre en la misma locación, pretendiendo ser eternos. Todas argumentativas, las fronteras son un pretexto legal para imponer castigos contra la confluencia.
            El efecto de las fronteras es instruir a las mentalidades con unas cuantas lecciones muy sencillas: que la libertad es menos simbólica que ellas mismas y, por ende, menos poderosa; que hay dos clases de personas, las que rechazan con derecho, por ser “más civilizadas”, y las rechazadas, que deben aprender a “civilizarse” antes de ingresar a círculos más amplios. Nos enseñan que para convivir en paz, debemos, con un deber categórico e inexpugnable, respetar el derecho ajeno al rechazo.
            Las fronteras no existen entre los países, están sembradas en la intimidad de cada mundo (nuestra cabeza), y se alimentan de contextos no cuestionados; su poder crece cuando asumimos que es un peligro ser influenciados por culturas desconocidas, miedo al fantasma de la convivencia, miedo al despojo de preciadas posesiones, que a ese costo, valen lo que vale un prejuicio.
            Lo irónico de las fronteras es que fueron creadas a partir de los conceptos más abyectos de beligerancia e intolerancia, con el objeto de defender el trabajo, la vida y el conocimiento, la mera sustancia que hace de la humanidad un baluarte por el cual existir.
            La frontera es un espejo neutro que, en cada mentalidad, es capaz de reflejar el catálogo ético de los individuos; la posibilidad personal de reflexionar sobre el “otro” y, mutilarlo o integrarlo. Las fronteras son una lástima porque, tal como existen ahora, son cancerberos asesinos, que se inclinaron por la mutilación desde hace mucho tiempo.
             Por eso, no nos gustan las fronteras.


Texto dedicado (¿o delicado?) a Carla Moras, ella sabe por qué...

viernes, 1 de julio de 2011

Ya, ya, ya.

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Vámonos lejos, donde las plumas vuelen lentas, entintadas de acero.





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