lunes, 13 de julio de 2009

Literalia. En busca del tiempo perdido, Por la parte de Swann. Sin miedo a Marcel Proust

Tengo el placer infinito de haber terminado esta maravillosa obra. Y qué puedo escribir sobre ella. Mi intención primordial es invitar calurosamente a todos aquellos que le tienen miedo a Proust a leerlo; no es un secreto que es un autor que causa miedo: quizás es este halo erudito con el que las críticas lo han cubierto, o que las cosas que escuchamos sobre él siempre son muy complejas, muy filosóficas; ahora que lo he leído entiendo que esto es una verdad parcial. Es muy cierto que la obra incluye numerosas vertientes que desembocan en lo extraordinario, que se presta absolutamente a analizarlo desde la filosofía, desde el arte plástico, la historia, lo existencial y lo metafísico; su versatilidad es tan inmensa y la cultura de Proust tan amplia que no es exagerado mirarlo desde cualquier perspectiva académica. Sea lo que sea, es un autor que se ha construido como una aspiración muy alta para la mente ordinaria.

Sin embargo, me encontré con que su única exigencia es la atención, si leemos a Proust con una atención centrada, lo que obtendremos de él es un placer extremo por las letras, es una obra que, bien acercada, puede generar una intimidad bellísima con el lector. No me jacto de haber entendido todas esas aproximaciones que los grandes estudiosos le atribuyen, las que encontré eran difíciles de aprehender y debe haber muchas que ni imagino que pasaron delante de mí, pero me di cuenta que hay dos formas validas para leerlo, una con la mirada científica, alternada con una enciclopedia excelente y una perspicacia demasiado intencional o, con una inspiración sensata para comprender la magnitud de los instrumentos literarios que utiliza el autor, creo que nunca se es demasiado inculto para entender, pero sí requiere, por supuesto, un espíritu, una sed por ser interrogado culturalmente, ganas de aprender.

Con esto no quiero decir que es fácil, al contrario, más que tiempo (que me tomó mucho tiempo), me llevó un gran esfuerzo: técnicamente, Proust recurre demasiado a añadir pensamientos entre guiones y seguir el hilo es un reto; aunado a esto, el libro entero, que cuenta con casi 500 páginas, son dos historias base que él trata de expresar, de modo que hay que hacer un uso prodigioso de la memoria.

El premio a este esfuerzo es la sensibilidad que despierta, la identificación humana que nos puede brindar al paso de dos renglones. Se disfrutan inmensamente la creación de escenarios de ensueño, las remembranzas de la infancia de un hombre ordinario y la forma en que un amor abyecto puede desgarrar la vida. Por supuesto no está exento de analizar un poco el arte, lo que Proust considera el gran arte, ya sea en la literatura, la pintura o algo más, así como de analizar la vida desde la filosofía y aun, desde la vida misma. Leer a Proust es algo más que mirar con un microscopio la sociedad burguesa en Francia previa a la Primera Guerra Mundial, es más que ver el ocio y la decadencia del ser humano. Lo explico de este peculiar modo: Milan Kundera creó La insoportable levedad del ser, para explicar cómo nada se siembra en el alma y todo está en ella, cómo emergemos de nosotros mismos como universos que no son nada y, sin embargo, somos universos. Proust evoca nuestro encadenamiento a la levedad en tanto que está urdida por el tiempo, cómo no podemos desnaturalizarnos del tiempo, que insiste en el pasado; estamos siempre desmoronándonos en recuerdos y el presente es tan fugaz que se añora como si fuera pasado.

Por la parte de Swann es toda una experiencia del intelecto, es un apapacho que nos debemos como lectores. Yo recomiendo que no cunda el pánico, porque después de leerlo, sabemos en serio que el tiempo es irrecuperable.

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