miércoles, 31 de marzo de 2010
Ya
Manual de la dispersión
Aunque es maravilloso ser lacónicamente evocativo, podemos perdernos en los abismos del “qué será” como se perdió el Funes de Borges en el recuerdo. No es para temer por la salud mental, por supuesto, pero mantener por lo menos un pie en la tierra, como lo hizo hasta entonces Regina Spektor, es fundamental para disfrutar plenamente de los acontecimientos. De otro modo, tal vez seamos tan peregrinos de intercambiar las cosas que nos maravillaron por otras que sentimos que nos maravillan aún más: Si bien, comiendo con la derecha se siente uno más satisfecho, es posible que la distancia entre el cerebro y el tracto digestivo se torne más sinuosa en el proceso final que, simbólicamente y sólo por ahora llamaremos regurgitación.
Es por ello que, a pesar de encontrar atracciones en los lugares más hipotéticos y menos vivibles (por no decir reales debido a que los soñadores se opondrían), es mejor integrar a nuestra vida todo lo que nos llegue a directamente de los desagües sociales, predisponiéndonos a pepenar las maravillas humanas que en la suciedad estén revueltas, tales como la amistad incondicional, el amor eterno y todas esas cursilerías tan importantes que ensalzamos en pedestales ambiguos de sátira y trascendentalismo.
jueves, 18 de marzo de 2010
Pepenadas. El terror de las babosadas
El martes por la tarde, Denise Maerker dijo en su programa que hay informes sobre colonias enteras donde todas las familias trabajaban para Luz y Fuerza [ergo, se sabe de comunidades enteras que hoy están desempleadas]. Acto seguido, criticó severamente las declaraciones del dirigente del sindicato donde asegura que respaldará toda manifestación violenta o pacífica que sus adeptos lleven a cabo.
Es razonable oponerse a la violencia. Sin embargo estoy segura de que si toda la familia de Denise estuviera desamparada, ella también se iría a la guerra. Hay maneras de plantear los escenarios.
Apoyo total al SME
What a wonderful world. La travesía del ferry1
Nos dirigimos a Mazatlán entrando directamente en su caluroso diciembre. La ruta era infinita, llena de sorpresas; iríamos a La Paz y Los Cabos, tal vez después Nayarit, con sus abstractos huicholes. Se levantó un peso de mi pecho cuando descubrí que no sufro mareos en los barcos y pude eliminar de la lista el penúltimo medio de transporte que me faltaba por utilizar (aún resta el tren).
La novedad del Ferry era apabullante y sí, por supuesto que tuve la oportunidad de levantarme a un marinero, pero los militares de cualquier raza sí que los discrimino. Vivimos un día a través de puertas pequeñas que parecían de submarino, dormimos en un camarote con pequeñas literas dispuestas a cada lado, donde una reminiscencia de guerra en un susto se evocaba; salimos a cubierta… por fin puedo usar esa jerga oceánica que en la ciudad es tan ridícula.
Espectacular fue cuando tierra ya no a la vista y nos rodeamos de sal y agua, azul aguamarina. Pero la noche más nocturna de mi vida estaba por llegar. No me perdí el placer de escribir y leer un poco en los pasillos laterales del barco.