Aunque es maravilloso ser lacónicamente evocativo, podemos perdernos en los abismos del “qué será” como se perdió el Funes de Borges en el recuerdo. No es para temer por la salud mental, por supuesto, pero mantener por lo menos un pie en la tierra, como lo hizo hasta entonces Regina Spektor, es fundamental para disfrutar plenamente de los acontecimientos. De otro modo, tal vez seamos tan peregrinos de intercambiar las cosas que nos maravillaron por otras que sentimos que nos maravillan aún más: Si bien, comiendo con la derecha se siente uno más satisfecho, es posible que la distancia entre el cerebro y el tracto digestivo se torne más sinuosa en el proceso final que, simbólicamente y sólo por ahora llamaremos regurgitación.
Es por ello que, a pesar de encontrar atracciones en los lugares más hipotéticos y menos vivibles (por no decir reales debido a que los soñadores se opondrían), es mejor integrar a nuestra vida todo lo que nos llegue a directamente de los desagües sociales, predisponiéndonos a pepenar las maravillas humanas que en la suciedad estén revueltas, tales como la amistad incondicional, el amor eterno y todas esas cursilerías tan importantes que ensalzamos en pedestales ambiguos de sátira y trascendentalismo.
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