miércoles, 16 de marzo de 2011

Manual de la dispersión: Una constelación de palabras.

Tengo una constelación de palabras, todas arrebatadas e impulsadas al abismo, cayendo una por una en las páginas que fundaron los árboles. Es una taza de poesía parafraseada que no se sabe decantar.

Mis palabras son todas descriptivas, todas analistas. Mirando el mundo hacia adentro, sofocadas, incapaces… Ansiosas, colisionan contra un muro de incertidumbre que tergiversa su sentido. Luego renacen confundidas, como sobrevivientes de una catástrofe. Tristes, como mi casa, son una agónica fractal.

Como en todo proceso neurótico, me acosa la certeza de que están perdidas, allá atrás de cada célula, vulnerables, solitas, víctimas probables de otro escritor, o peor aun ¡de otro fracaso! Me preocupan tanto que pierdo el sueño; ésta leche tibia no es capaz de estabilizarlas, protestan tan fuerte que parece que hay un reguero de lumbre dentro de mi cabeza.

¡Ay mis palabras!, sonoras, pedantes, invocan un delirio imponente que no me deja descansar. Las escucho atrancar la puerta, huir nerviosamente, como si les fuera la vida en ello, todas sindicalizadas, conspirando inermes, pero salvajes como una jungla. Una jungla de palabras distantes, inmateriales y estúpidas. No las puedo someter, se escurren entre las preposiciones y los subtextos, juro que escucho un manantial de infertilidad lejano y consistente, goteando mis palabritas inocentes.

¡Irreverentes, insumisas! Ahí, encriptadas, todas grandilocuentes penetran mis cuadernos, presumiendo su virginidad como sacerdotisas de Vesta…

Sublimes.

Ajenas.

Inasequibles.

In-compuestas. Mis palabras.

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