domingo, 27 de mayo de 2012

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Concentrado como sensaciones abdominales, se va deteniendo el tiempo. No el tiempo superficial, no el continuo; el que resume la vitalidad, el sueño, la apariencia del camino. Todo concentrado en el centro, coronando de vértigo. Y colisionados todos los momentos, trato de buscar el último recuerdo que no está teñido de estupefacción.
Estoy buscando describir ese amasijo de miedos, de parálisis… recuerdo un día hace años, que salí al balcón con la ira atravesada en la garganta y arrojé un significado, y lo perdí lejos, muy lejos. Y el recuerdo siguiente es verme tirada a un costado de la cama, arrepentida como nunca, porque nunca antes había sido tan tarde.
Este cúmulo de silencio sonámbulo que se remueve terrible adentro, se fragmenta y reconstruye con las intenciones de una marea; es un infinito insoportable y cáustico que finge estallar. Pero todo es niebla. Permanece.
Ahora recuerdo el insomnio, ese mensaje que traté de hacerme tangible. Y la incompetencia que me llevó a ese periodo de alcoholismo y promiscuidad, las ganas de matar ese abismo. Ninguna expresión he acabado, me retraigo inconclusa en favor de esa respuesta que no puedo emitir.
Vivo al amparo de esa sombra inerte y circunstancial, fingiendo perfectamente mi fortaleza, ocultando perfectamente los pedazos vitrados en que se ha convertido mi centro. Describiendo la solemnidad, el rechazo, la ansiedad, la parálisis, el destiempo, la omisión. Buscando infructuosamente la descripción correcta de aquel tropiezo que fue, por primera vez, no entender.
Pero el flujo que busco no está en el verbo, ni en el camino. No en la locura. 
Debe ser el vacío.




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