lunes, 17 de septiembre de 2012

El distrito de la voluntad




No es nuestro imperio una intimidad cristalina. No poseemos siquiera la despedida detrás de estas cortinas, o el miedo a la entrega ubicua. Pasó que un día nos posamos sobre la inmediatez, y me susurraste mediante la ternura del vaho “No te engañes, no estamos aquí”. Y yo ya sabía.
           Empezamos entonces a forjar instantes para huir juntos de las cosas ciertas; la levedad de la sustancia, el detrimento del amor y toda la prisa condensada de la ciudad... Las cosas ciertas. Inherentes. Las evadimos. De las opciones restantes elegimos ésta, la oscilatoria.
Es inminente que nos aprehenda el descuido. Aves de silencio bajan a alimentarse en nuestras manos; siempre ofreceremos estas lombrices imantadas; un dolor suculento anidado en las pupilas.

                             Tu vientre desierto. Lo camino descalza y sin rumbo.

Mi noche internada en la nostalgia deja que te alejes. Te llevas tu ombligo, centro de mis calumnias, te llevas el camino entre sospechas. Estamos destinados al paraíso errante, a escarbar en las minas de la sensualidad con ahínco y TNT, a ponernos bien tristes por el continuo asesinato de la felicidad. Purgamos mil crímenes mientras cae la lluvia.
Poseemos, tal vez, un laberinto pequeño y multidimensional que nos dicta la condena y la esperanza, para que no abras las cortinas: tus manos en mis pies, mi dedo en tus rodillas. Se desencadena el plazo de la ausencia.
                                                 
                                                       Cadenas y tacto; caemos con la lluvia.

                 Mientras sea posible diluirnos, haremos de la permanencia constelaciones, renunciando a la soberbia de ejercer el tiempo. Así de pequeño es el distrito de la voluntad.




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