jueves, 11 de junio de 2009

¡Arte, Arte! La canción más triste del mundo. My Skin Natalie Merchant

Cuando estar triste no es un placer, sólo un martirio; cuando la melancolía silencia el agitado mundo y lo vicia, y las sonrisas no pueden ser más hipócritas, y el cielo se desmembra en trozos de nubes muertas y la gente estorba e incluso el negro, el gris y el azul carecen de significado porque no hay nada que parezca más siniestro que ese dolor. Si alguien ha perdido algo que era de verdad propio entendería esta canción perfectamente. Si otro alguien nunca ha tenido nada que perder, sería capaz de imaginar el precio.
Esto es lo que Natalie Merchant tuvo a bien crear con My Skin: la canción más triste del mundo. No invita al suicidio, no invita a nada porque eso es lo que expresa: la nada. Lo insoportable que puede llegar a ser la nada. Habla de las cosas que mueren en nuestras manos, bajo nuestra custodia mientras nos preguntamos si fuimos más negligentes que incompetentes. Y queremos buscar razones, argumentos, queremos entender para ser menos culpables, compartir la culpa con el par porque nosotros hicimos lo posible y lo imposible es como una sombra, inmaterial.
"Mira mi cuerpo, mira mis manos, hay tanto aquí que no puedo entender. Me han tratado tan mal, por tanto tiempo, que parece que me estoy volviendo intocable. No necesito promesas, necesito la oscuridad, la tristeza, la debilidad, la locura, la dulzura. Soy una flor –la cosa más frágil del mundo- que muere lentamente en la helada -el estado más doloroso, más valdría cortarla de tajo-. Necesito una canción de cuna, un beso de buenas noches, ángel, dulce amor de mi vida. ¿Así de oscuro?¿Me ves?¿Me quieres? ¿Puedes llegar a mí? ¿O es acaso que estoy partiendo?Te conviene callar y aguantar el aliento, besarme ahora; quizas te interpongas a tu muerte".
Porque habla de perder la conciencia de sí, buscar perenne e infructuosamente los extremos sentimientos que nos dicen “estás vivo”. Buscar auxilio donde hay guerra, tratar de domesticar un alma rota. Quedarse en silencio divagando.
My Skin, Por Natalie Merchant
Take a look at my body
Look at my hands
There's so much here that I don't understand
Your face saving promises
Whispered like prayers I don't need them
´cause I've been treated so wrong
I've been treated so long
As if I'm becoming untouchable
Well content loves the silence
It thrives in the dark
With fine winding tendrils
That strangle the heart
They say that promises sweeten the blow
But I don't need them, noI don't need them
I've been treated so wrong
I've been treated so long
As if I'm becoming untouchable
I'm a slow dying flower
In the frost killing hour
Sweet turning sour anduntouchable
Oh, I need the darkness
The sweetness
The sadness
The weakness
Oh, I need this
I need a lullaby
A kiss good night
Angel sweet love of my life
Oh, I need this
I'm a slow dying flower
n the frost killing hour
Sweet turning sour and untouchable
Do you remember the way that you touched me before
All the trembling sweetness I loved and adored
Your face saving promises whispered like prayers
I don't need them
Oh, I need the darkness
The sweetness
The sadness
The weakness
Oh, I need thisI need a lullaby
A kiss good night
Angel sweet love of my life
Oh, I need this
Well is it dark enough
Can you see me
Do you want me
Can you reach me
Or I'm leaving
You better shut your mouth
And hold your breath
And kiss me now
And catch your death
Oh, I mean this
Oh, I mean this
Puedes Escuchar esta canción y ver el video aquí, pero te recomiendo altamente que le des una oportunidad al Álbum Ophelia (1998) de Natalie Merchant, que también contiene Kind and generous, Thick as thieves y Ophelia, grandes piezas de música también.

lunes, 8 de junio de 2009

Convocando a la justicia: ¿A dónde irán los ambulantes de Filosofía y Letras?


Un evento excepcional y aislado es capaz de revolver las cotidianeidades en que nos acomodamos pacíficamente, sin darnos cuenta que incluso llegamos a necesitarlas.
El martes pasado un hombre fue asesinado en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y es un escándalo microeconómico: los que pasamos diario por ahí estamos en shock, es algo que de verdad no vemos todos los días, pero continuamos con nuestras vidas, no es más que una curiosidad macabra que podemos contar a nuestros nietos; nos indigna, pero no nos quita el sueño, nos alerta, pero no nos hace “agorafóbicos” (quien conoce la facultad entiende mi pésimo chiste).
Sin embargo las autoridades y los medios han tenido que declarar, esgrimir y disculpar, están conminados a tener una postura, deben condenar, paliar, destacar, añadir y percatar; porque estos pequeños eventos casuales se convierten en la perfecta imagen que nos da Goya con su “Coloso”, que si no nos come y aterroriza a la aldea, al menos se ve muy amenazador ahí en el horizonte.
Es comprensible que se desaten operativos de protección civil y todas esas cosas que surgen cuando se ahoga un niño, pero en esta ocasión tapar el pozo nos costará la pérdida de aquella cotidianeidad invasiva y transgresora que teníamos: los ambulantes. Y cómo estorbaban… cómo traían color a nuestro tiempo libre. Me arrepentiré de nunca haber comprado blusas a las indígenas, ni faldas exóticas a las hippies. El problema es que “venden droga” también; uno o dos de ellos, pero ahora es cuando aplica la clásica máxima de que tooodos pagamos impuestos, los justos y los pecadores. Yo no creo que las señoras que venden artesanía chiapaneca vendan droga, tampoco lo creo del señor que hace artesanía huichol (bueno, a lo mejor él vende peyote, las autoridades son sabias).
Claro que no voy a extrañar a los tres o cuatro tipos que vendían piratería cerca de la parada y que desde las once de la mañana jugaban baraja en la jardinera mientras fumaban y se tomaban un litro de cerveza cada uno; pero voy a extrañar al señor que vendía "mulitas" el día de las mulas, la gente que vendía suéteres bonitos enfrente de la Biblioteca Central, siempre quise uno, ahora no habrá más. Extrañaré las paletas de hielo que a las dos de la tarde hacían las delicias de la insolación y extrañaré las empanadas dulces y saladas que comíamos tibias al llegar el ocaso. Extrañaré a Lázaroo, el pequeño café sobre ruedas al cual le compraba un bisquet o una dona con chocolate en las mañanas, y no olvidaré que por puro buen corazón solía regalar pan de muerto el dos de noviembre, pan de muerto y café gratis para todos. Y que decir de los vendedores de libros, gracias a ellos encontré El segundo sexo de Simone de Beauvoir después de buscarlo casi tres años.
Sí. La verdad es que no tienen permiso de la Universidad para estar allí, pero al menos yo siento que me voy a aburrir un poco al pasar por donde siempre. Creo que ellos irradiaban el espíritu de la Facultad, y de una de las zonas más importantes de CU. Siento que es como si ya no pudieran llegar Melquiádes y los gitanos a mostrar el hielo en Macondo. Hay veces que odio que el poder haga lo que está en sus manos para preservar mi bienestar. Me consuela sobremanera que la próxima vez que baleen a alguien podré correr libremente sin tropezar con el perrito chihuahua de la muchacha(o) que vendía ropa y bolsas y no se qué más en medio del pasaje. Me consuela sobremanera.

domingo, 7 de junio de 2009

What a wonderful World!: La alevosa Luna de mis rumbos.


Han pasado más de cinco años desde que me mudé a este lugar. Citadina compulsiva como me considero, siempre en el tráfico, en el metro, en el centro, no he podido acostumbrarme al campo, a detenerme a esperar diez minutos a que terminen de pasar los rebaños de vacas o de borregos, a que la gente cierre por una fiesta la única calle por la que puedo bajar de nuevo al smog. Añado a eso las tres horas o más de mi vida que pierdo diario al ir y venir del cerro llamado hogar a cualquier lugar al cual me dirija. Y el silencio. Silencio en el panorama lleno de románticos papalotes que no soporto. Silencio con perros muy, muy lejanos. Sólo el ulular de un viento salido quizás del cerebro de Stanley Kubrick y un concierto de pájaros a las 6 am: el resto, silencio.
Y sin embargo la Luna es un espectro que aparece como los mensajes dentro de botellas, destinada sólo para quien la encuentre, interpretada desde las circunstancias más particulares. Así fue como me ocurrió la Luna esa vez; me atajó en una madrugada insomne, con nada en particular en el pensamiento. No la “vi” estrictamente a ella, pero al salir a la terraza tropecé con un panorama níveo e iridiscente, creí que había amanecido pero me equivocaba, era su imponente luz quien me permitía distinguir el verde del pasto, ver la distancia exacta que tenían las cosas entre sí; las pocas sombras que había eran más negras por el contraste. Ésta, definitivamente, no era una noche oscura.
El cielo era de un azul impenetrable como las más de las noches, pero podía ver en él algunas nubes aborregadas caminando en dirección a la Luna, sin amenazar en serio con cubrirla. Contemplé atónita la belleza de aquel paisaje, como si fuera lo último que me maravillaría en mucho tiempo. Entonces sucedió: la sombra de una envergadura enorme se dibujó en el pasto y desapareció en un árbol, y cuando hube de distinguirla, era una lechuza clara, no se si blanca, pero clara. No vi los simbólicos ojos, pero sí la simbólica torsión de cabeza. Algo me llevaré de vuelta a la ciudad… cuando regrese.
Desde entonces la Luna me acosa, no es que me de romance o nostalgia, es sólo que es oportuna; cuando menos lo espero me regala momentos que me pasman de alegría, porque también, como otros seres con suerte, he visto cosas maravillosas en este mundo. Ésta misma Luna de San Francisco se me apareció durante dos segundos como la más grande que he visto: iba yo subiendo la pendiente de un callejón con altos muros de adobe, y en un punto especial se descubrió un ángulo recto que colindaba no menos que con el cielo. Ahí estaba ella, como parada junto al último poste, cubriendo todo el final del callejón, durante ese momento tenía el tamaño de una casa, pero el ángulo cambió por mi propio paso y la chica voló, volvió al cielo a donde pertenece. Y no la culpo, aquí en este pueblo de Xochimilco, no hay mucho que hacer.