lunes, 8 de junio de 2009

Convocando a la justicia: ¿A dónde irán los ambulantes de Filosofía y Letras?


Un evento excepcional y aislado es capaz de revolver las cotidianeidades en que nos acomodamos pacíficamente, sin darnos cuenta que incluso llegamos a necesitarlas.
El martes pasado un hombre fue asesinado en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y es un escándalo microeconómico: los que pasamos diario por ahí estamos en shock, es algo que de verdad no vemos todos los días, pero continuamos con nuestras vidas, no es más que una curiosidad macabra que podemos contar a nuestros nietos; nos indigna, pero no nos quita el sueño, nos alerta, pero no nos hace “agorafóbicos” (quien conoce la facultad entiende mi pésimo chiste).
Sin embargo las autoridades y los medios han tenido que declarar, esgrimir y disculpar, están conminados a tener una postura, deben condenar, paliar, destacar, añadir y percatar; porque estos pequeños eventos casuales se convierten en la perfecta imagen que nos da Goya con su “Coloso”, que si no nos come y aterroriza a la aldea, al menos se ve muy amenazador ahí en el horizonte.
Es comprensible que se desaten operativos de protección civil y todas esas cosas que surgen cuando se ahoga un niño, pero en esta ocasión tapar el pozo nos costará la pérdida de aquella cotidianeidad invasiva y transgresora que teníamos: los ambulantes. Y cómo estorbaban… cómo traían color a nuestro tiempo libre. Me arrepentiré de nunca haber comprado blusas a las indígenas, ni faldas exóticas a las hippies. El problema es que “venden droga” también; uno o dos de ellos, pero ahora es cuando aplica la clásica máxima de que tooodos pagamos impuestos, los justos y los pecadores. Yo no creo que las señoras que venden artesanía chiapaneca vendan droga, tampoco lo creo del señor que hace artesanía huichol (bueno, a lo mejor él vende peyote, las autoridades son sabias).
Claro que no voy a extrañar a los tres o cuatro tipos que vendían piratería cerca de la parada y que desde las once de la mañana jugaban baraja en la jardinera mientras fumaban y se tomaban un litro de cerveza cada uno; pero voy a extrañar al señor que vendía "mulitas" el día de las mulas, la gente que vendía suéteres bonitos enfrente de la Biblioteca Central, siempre quise uno, ahora no habrá más. Extrañaré las paletas de hielo que a las dos de la tarde hacían las delicias de la insolación y extrañaré las empanadas dulces y saladas que comíamos tibias al llegar el ocaso. Extrañaré a Lázaroo, el pequeño café sobre ruedas al cual le compraba un bisquet o una dona con chocolate en las mañanas, y no olvidaré que por puro buen corazón solía regalar pan de muerto el dos de noviembre, pan de muerto y café gratis para todos. Y que decir de los vendedores de libros, gracias a ellos encontré El segundo sexo de Simone de Beauvoir después de buscarlo casi tres años.
Sí. La verdad es que no tienen permiso de la Universidad para estar allí, pero al menos yo siento que me voy a aburrir un poco al pasar por donde siempre. Creo que ellos irradiaban el espíritu de la Facultad, y de una de las zonas más importantes de CU. Siento que es como si ya no pudieran llegar Melquiádes y los gitanos a mostrar el hielo en Macondo. Hay veces que odio que el poder haga lo que está en sus manos para preservar mi bienestar. Me consuela sobremanera que la próxima vez que baleen a alguien podré correr libremente sin tropezar con el perrito chihuahua de la muchacha(o) que vendía ropa y bolsas y no se qué más en medio del pasaje. Me consuela sobremanera.

1 comentario:

  1. JAJAJA (por tu chiste). Me uno al dolor por la pérdida del buen puesto de "Lázaroo" (su chocolatito caliente me permitía sobrevivir en el crudo invierno de CU), o del "librero" de la entrada de la Facultad ( vista de frente, del lado izquierdo), con quien compré un ejemplar de la revista "LITORAL" publicado hace 65 años. Te felicito por la pluma tan honesta que siempre manejas. Comentario adicional: ¡Voy a extrañar a los perritos que he visto desde que eran unos cachorritos, son tres en total!

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