cualquier
cosa
que
se
solidariza
con
la
paz.
No les gusta la paz.
Existo, bien lo sé,/ Porque le transparenta/ El mundo a mis sentidos/ su amorosa presencia. Luis Cernuda. [Fragmento]
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Tengo una constelación de palabras, todas arrebatadas e impulsadas al abismo, cayendo una por una en las páginas que fundaron los árboles. Es una taza de poesía parafraseada que no se sabe decantar.
Mis palabras son todas descriptivas, todas analistas. Mirando el mundo hacia adentro, sofocadas, incapaces… Ansiosas, colisionan contra un muro de incertidumbre que tergiversa su sentido. Luego renacen confundidas, como sobrevivientes de una catástrofe. Tristes, como mi casa, son una agónica fractal.
Como en todo proceso neurótico, me acosa la certeza de que están perdidas, allá atrás de cada célula, vulnerables, solitas, víctimas probables de otro escritor, o peor aun ¡de otro fracaso! Me preocupan tanto que pierdo el sueño; ésta leche tibia no es capaz de estabilizarlas, protestan tan fuerte que parece que hay un reguero de lumbre dentro de mi cabeza.
¡Ay mis palabras!, sonoras, pedantes, invocan un delirio imponente que no me deja descansar. Las escucho atrancar la puerta, huir nerviosamente, como si les fuera la vida en ello, todas sindicalizadas, conspirando inermes, pero salvajes como una jungla. Una jungla de palabras distantes, inmateriales y estúpidas. No las puedo someter, se escurren entre las preposiciones y los subtextos, juro que escucho un manantial de infertilidad lejano y consistente, goteando mis palabritas inocentes.
¡Irreverentes, insumisas! Ahí, encriptadas, todas grandilocuentes penetran mis cuadernos, presumiendo su virginidad como sacerdotisas de Vesta…
Sublimes.
Ajenas.
Inasequibles.
En el momento en que toda la inspiración está prohibida y las lenguas se amotinan, el ruido se yergue sobre la ciudad. Se ignora el pasado y el volátil presente se desmembra lentamente, a su ritmo-espacio-cansado.
El mundo se asienta en los colores primarios y se engaña con ternura manifiesta, mientras la gente pasa contraída tras los muros; es la familiar experiencia de lo ajeno, que es indescriptible. Belleza y tortura que conviven en la misma pieza que es esta vida metahumana.
Ante tales silencios creamos, distendemos los horarios para poder sentir, teñimos de anilina las fantasías huecas que presumimos nuestras: Estar bien, Estar. Donar la creencia al paradigma para que exista un templo de virtud en el llano asiento del mutismo.
Porque es la nada invasiva la que confiesa lo verdadero, es el límite de los parajes conocidos, es el viento y el momento. Es concreta y natural. Este es el terror que nos hereda, la carencia de significado. Nos orienta a encontrar todas las respuestas dentro de todas las preguntas que formulamos en todos los ceniceros.
Llagas purulentas es lo absurdo: que aquí no hay nada más que espacio para crear, y lo que creamos nos hace dioses de lo intrascendente.