viernes, 20 de noviembre de 2009

Convocando a la justicia: Anabel Ochoa 1955-2008. Aniversario Luctuoso


No he querido dejar pasar este aniversario tan importante con la esperanza de que alguien más lo recuerde tan nítidamente como yo. El pasado 19 de noviembre perdimos a Anabel Ochoa, Sexóloga: pero también amiga, escuchadora profesional, cuya actuación tanto en la vida cotidiana como en la acción profesional estuvo siempre regida por una ética impecable. Escucharla nos hacía cada día ser un poco menos hipócritas, más conscientes.

Esta noche le rindo homenaje porque, hasta donde recuerdo, es la única persona dentro de los medios de comunicación que me ha hecho reflexionar verdaderamente, así como ampliar mis parámetros de justicia. Anabel siempre estaba convencida de lo que decía, los pocos errores que tenía, los corregía humildemente; siempre pugnó porque tuviéramos una vida abierta, que no nos sometiéramos a las imposiciones sociales, y que no permitiéramos que la vida se nos dañara a causa del abuso.

Es la única locutora a la que escuché tratar a los homosexuales como verdaderos iguales, no sólo de dientes para afuera, gracias a ella sé la diferencia entre trasvesti y transgénero. Verdadera feminista, hizo trizas el ardid generalizado de que el feminismo es el equivalente del machismo. Cuantas veces corrigió a las radioescuchas que no querían llamarse feministas por pudor, o porque no querían ser radicales diciendo que todos debemos ser feministas, porque ello no conlleva un afán de sometimiento contra el otro, sino una demanda de equidad humana, lo cual es perfectamente justo.

Su buen humor, su felicidad para ver la vida como algo que hay que gastar tremendamente, al final nos hizo dudar si debíamos llorarla, o mejor reírla… debo decir, que a pesar de ello, no pude evitar compartir unas cuantas lágrimas, pensar que aún no era tiempo de que partiera. Un poco egoísta, pensé en todo lo que me faltaba por aprender. Ahora que ha pasado un año, veo que aquello no tenía fundamento; pues con ella aprendí lo más sustancial: seguirme formando diariamente, sin tregua, como un ser humano solidario, crítico y ético. Ahora sólo me queda ésta nostalgia y el cariño, porque en verdad la extraño mucho.

Un gran aplauso a una vida más corta de lo convencional, pero también más fructífera.


Fotografía tomada de www.cnnexpansion.com

lunes, 16 de noviembre de 2009

Arte... Arte. LUPITOELOGÍA: La Lupita festeja 18 años de vida.


Hay reencuentros que dan pena, una dice ¡No por favor, no más Menudo Melcocha, mis oídos sangran, me derrito! Pero hay de reencuentros a idem. Dios los bendiga ésta noche, pues de no ser por ellos no habríamos presenciado la conmemoración de los 18 años de LAAAAAA LUUUUUPITAAAAAAAAAA.

¡Sí señor! Estos dioses melódicos se presentaron con su alineación original éste 14 de noviembre en el Teatro Metropólitan ¡Cómo extrañaba el público a Rosita! fue la que con más cariño se ovacionó. Y Lino Nava, que nunca deja de impresionarnos, fue alumbrado por un reflector, quedando en oscuridad el resto del teatro mientras tocaba los primeros y explosivos acordes de “Ja, ja, ja”. Héctor Quijada, por su parte, se adueñó del escenario con unas contorsiones propias del ser que nace con el don del ritmo.

El concierto abrió con un duelo de baterías entre Domene y el más reciente baterista de La Lupe, prestándose respetos mutuamente como si no se merecieran tal honor. Así comenzó el sonido ecléctico que los caracteriza, que va del rock al funk y de regreso, y que los ha consagrado como una de las bandas más importantes de México. No podría enumerar el setlist completo, pero nos dejaron escuchar tan memorables canciones como “Me cae”, “Funkito”, “Cómo será la mujer”, “Kukulcan”, “Eréndira” Antena”, “El funeral del payaso”, “Hasta morir” y “Hay que pegarle a la mujer”, entre otras.

Nos fuimos de espaldas cuando Rosa cantó “El país de la lujuria”, pero los desmayos no cesaron ahí, continuaron cuando el Abulón de Víctimas del Doctor Cerebro fue invitado al escenario para cantar “Batalla” a dueto con Héctor. Hubo dos momentos conmovedores: cuando tocaron "Llévame", canción listada en el soundtrack de la cinta Km 31 y la dedican a Santa Sabina “por hacer de lo oscuro lo divertido” y cuando Héctor hace un berrinche porque se descomponen las pantallas luminosas (juegos de luz que, mientras funcionaban, hacían las delicias del espectáculo).

Y la diversión no iba ni a la mitad, por supuesto la explosión de endorfinas tuvo mucho que ver con algunas de las últimas canciones, “Supersónico”, la “Paquita disco” y, cómo de que no, “Contrabando y traición”

Una noche inolvidable; los que la presenciamos podremos presumir que sí vivimos cuando estemos en nuestro lecho de muerte, ¡Viva la Lupe, Olé, olé, olé, olé, Lupe, Lupe!

P.D. Un abrazo cariñoso a mi concertmate cuya llanta vehicular didn’t make it y sucumbió en los alrededores de la madrugada posterior. Las peripecias propias del hang out nocturno ¿Qué le vamos a hacer?

viernes, 2 de octubre de 2009

Convocando a la justicia: 2 de Octubre no se olvida.

Conozco mucha gente harta de las manifestaciones, y de algún modo no los culpo, el tráfico cotidiano es ya un enorme peso como para estar coronado con impedimentos aleatorios. Sin embargo, cada vez que oigo un berrinche en contra de quien lucha por lo que le corresponde, siento como si me enterraran un palillo en el oído. Y mis razones tengo para no ser tan tolerante con estas opiniones, creo que la gente se molesta porque no tiene la sensibilidad para ser un poco solidaria. Porque quien se queja demasiado de las manifestaciones es indiferente a que los abusos sean perpetrados impunemente, o en el peor de los casos, está de acuerdo con tales abusos. Por supuesto que no generalizo, sé que hay gente que tenía una urgencia o que pudo perder su trabajo por llegar tarde, y también estoy consciente de que sí hay manifestaciones con “línea”; a lo que me opongo es a meter todas las demandas sociales en el mismo saco de inutilidad, a prejuiciar a los demás por carecer de conciencia social. Lo urbano o la “modernidad” nos han vuelto demasiado egoístas.

Hoy la ciudad se detuvo para recordar el 2 de octubre, y en los noticieros sólo escuché detracciones. No seré tan inocente para creer que todos los contingentes son bien intencionados, pues hay grupos a los que les gusta hacer ruido, pero en la sombra hacen los tratos más cínicos que se hayan visto jamás. Es verdad, la Marcha Anual del 2 de octubre está llena de hipócritas, pero también hay gente sincera. Por ese espíritu persistente no debemos demeritar la verdadera inspiración de su protesta: bien se dice NI PERDÓN, NI OLVIDO, porque, ese “estorbo de marcha” como le llaman, grita que no olvidamos el asesinato de los padres de los amigos que nunca tendremos, que no perdonamos la muerte del que pudo ser el ingeniero que compusiera el mediocre sistema de aguas que hoy en día nos tiene en vilo; no perdonamos como nos quitaron al posible profesor que nos hubiera cambiado la forma de ver el mundo. Asesinaron un poco más que hermanos e hijos. ¿Y porqué? Porque Díaz Ordaz tenía prisa por mostrar un México sin problemas en las Olimpiadas.

A México le costó demasiada sangre, demasiada vida, demasiado amor: creo que podemos prescindir una tarde de Reforma y Eje central.

jueves, 1 de octubre de 2009

Pepenadas. El terror de las babosadas

Distinguida marca de detergente-suavizante ha sacado al mercado un producto muy innovador. Sin quemar a la pobre compañía que lo ha hecho (todos hemos visto el comercial), alega que ¡Mantendrá mi ropa oliendo a recién lavada por meses!. Y el marido y los hijos de la protagonista del comercial quedan anonadados al creer que la semidedicada ama de casa lava diario sus sábanas y toallas (no tan anonadados por el gasto de agua que la madre-esposa estaría perpetrando si fuera así).

Mensaje no muy oculto: puedo tener mi ropa perfectamente cochina sin que la gente lo note.

Mensaje sugestivo: Reimplementemos los clichés machistas que hacen su nido discursivo sobre la utilidad de la mujer, escondiéndolos un poco detrás del velo de la tecnología.

¡Qué farsa!

Literalia: Impresión de Kafka

Homenajeemos la obra de un gran escritor, de cuya obra he tenido la oportunidad de leer El Proceso, El Castillo y, quién no se ha acercado a La Metamorfosis: Hablo por supuesto de Franz Kafka. Quién puede negar que al leerlo parece que nos absorbe otro mundo; podemos quedar exhaustos con sólo tres páginas, pues es capaz de generar una atmósfera de angustia que nadie más ha llegado a completar del mismo modo.

Habrá quien lo defina como un autor que inventa ambientes tan inconexos con la realidad que identificarse en lo cotidiano con ellos es sencillamente absurdo, a no ser que nos encontremos en las oficinas de Hacienda. Pero en mi opinión la magia de Kafka radica en todo lo contrario, consiste en impregnar en el papel, la realidad verdadera de la condición humana, sólo que exponenciada. Presiento que la intención es mostrar la ausencia de comunicación de que somos víctimas. Sus situaciones son, por supuesto, muy específicas, tratan siempre de un personaje que, por alguna razón, se halla de pronto desconectado del ritmo social que le rodea. Pero un detalle muy particular es que tal personaje es en mayor o menor medida anónimo; éste anonimato puede interpretarse finalmente como una generalización que se presente ante el espectador como un espejo. Y tales personajes absolutamente centrales, son, a pesar de su anonimato, los únicos con los que llegamos a intimar dentro de las tramas, porque los demás tienen personalidades tan difusas que es difícil interpretarlas. De este modo, K. y Gregorio Samsa están siempre solos, pues aquellos personajes alternos no los aceptan dentro de sus círculos porque no tienen un asidero social que los conecte, como si su afecto por ellos estuviera mal entendido, o condicionado por estándares ajenos a las capacidades de los aislados y solitarios.

Todo esto me conduce a interpretar que el conflicto es la incapacidad de transmitir mensajes emocionales. Tal vez Kafka decía entonces que el largo camino de la comunicación humana, tan enaltecido y sobrevalorado es un espejismo, porque nadie es capaz de expresar lo que quiere o siente, o idénticamente, nadie es un receptor efectivo. Por ende nos quedamos en una comunicación recortada, que nos ayuda a ser amables o agrestes por interpretaciones subjetivas que no hablan de quien nos rodea, sólo de nosotros mismos.

De modo que el principio de angustia está absolutamente justificado y se presenta como la cuestión más lógica y natural, pues además de no poder comunicarnos, somos inconscientes de ello, y la frustración es sólo un recurso defensivo que tenemos como respuesta a la realidad verdadera.

martes, 1 de septiembre de 2009

Pepenadas. El terror de las babosadas.

Dicen que en un futuro, sin ahondar en los detalles del cómo, el Sol va a consumirse totalmente, arrastrando al Sistema Solar hacia una violenta y siniestra hecatombe que rebasa la capacidad de abstracción de nuestras mentes. Lo escuché en un noticiero, es un “¿sabías que?” bastante recurrente. Lo que me llama la atención es que siempre que se menciona el asunto, el locutor en turno suele comentar “pero no se preocupen, amigos: eso pasará dentro de miles de millones de años, así que ninguno de nosotros y quizá ni la raza humana o la Tierra serán testigos de tal apocalipsis”… Digo yo, ¡que consuelo! Porque para entonces… ¡todos habremos muerto!

domingo, 30 de agosto de 2009

What a wonderful world!: Lo pasado...¿pasado?

¿El pasado nos rezaga o nos alimenta? ¿Es acaso ésta una paradoja necesaria? Es falso que el pasado se marcha, es posible que se aleje y es verdad que nunca vuelve, porque los esfuerzos que hacemos para que se quede tal como es son siempre infructuosos y, por ello, son una pérdida de tiempo. Entonces nos rezaga.

Sin embargo qué somos en el presente sino nuestro pasado colectado, cuidadosamente construidos en un ensamble de recuerdos que alertan nuestra conducta actual y futura. Entonces nos alimenta. ¿Estorbo necesario?

De repente nos encontramos frente a frente con fantasmagóricas imágenes de lo que fuimos, de lo que tuvimos, pero regularmente vienen, por muy parecidas a lo pasado verdadero, contraídas o permeadas por un presente insatisfactorio, un aura nueva que decepciona un poco, a veces por completo.

Es quizá la enajenación que sufre el pasado a través de la continuidad del tiempo, o las nuevas percepciones traídas por otros pasados alternos. La negación, la ignorancia que se esclarece con las cosas recién nacidas que, en tiempo, también sucumbirán ante lo ajeno.

Sólo el presente tiene encanto y magia. El pasado sólo conserva estos aditamentos de un presente que alguna vez fue.

Pero hacer “tabla rasa” del pasado nunca, pues no habría magia aquí y ahora, porque quien puede negar que la ilusión nace de las expectativas, y las expectativas nacen de la experiencia. ¿Qué nos queda sino la nostalgia dulce de las cosas que no son?

lunes, 13 de julio de 2009

Literalia. En busca del tiempo perdido, Por la parte de Swann. Sin miedo a Marcel Proust

Tengo el placer infinito de haber terminado esta maravillosa obra. Y qué puedo escribir sobre ella. Mi intención primordial es invitar calurosamente a todos aquellos que le tienen miedo a Proust a leerlo; no es un secreto que es un autor que causa miedo: quizás es este halo erudito con el que las críticas lo han cubierto, o que las cosas que escuchamos sobre él siempre son muy complejas, muy filosóficas; ahora que lo he leído entiendo que esto es una verdad parcial. Es muy cierto que la obra incluye numerosas vertientes que desembocan en lo extraordinario, que se presta absolutamente a analizarlo desde la filosofía, desde el arte plástico, la historia, lo existencial y lo metafísico; su versatilidad es tan inmensa y la cultura de Proust tan amplia que no es exagerado mirarlo desde cualquier perspectiva académica. Sea lo que sea, es un autor que se ha construido como una aspiración muy alta para la mente ordinaria.

Sin embargo, me encontré con que su única exigencia es la atención, si leemos a Proust con una atención centrada, lo que obtendremos de él es un placer extremo por las letras, es una obra que, bien acercada, puede generar una intimidad bellísima con el lector. No me jacto de haber entendido todas esas aproximaciones que los grandes estudiosos le atribuyen, las que encontré eran difíciles de aprehender y debe haber muchas que ni imagino que pasaron delante de mí, pero me di cuenta que hay dos formas validas para leerlo, una con la mirada científica, alternada con una enciclopedia excelente y una perspicacia demasiado intencional o, con una inspiración sensata para comprender la magnitud de los instrumentos literarios que utiliza el autor, creo que nunca se es demasiado inculto para entender, pero sí requiere, por supuesto, un espíritu, una sed por ser interrogado culturalmente, ganas de aprender.

Con esto no quiero decir que es fácil, al contrario, más que tiempo (que me tomó mucho tiempo), me llevó un gran esfuerzo: técnicamente, Proust recurre demasiado a añadir pensamientos entre guiones y seguir el hilo es un reto; aunado a esto, el libro entero, que cuenta con casi 500 páginas, son dos historias base que él trata de expresar, de modo que hay que hacer un uso prodigioso de la memoria.

El premio a este esfuerzo es la sensibilidad que despierta, la identificación humana que nos puede brindar al paso de dos renglones. Se disfrutan inmensamente la creación de escenarios de ensueño, las remembranzas de la infancia de un hombre ordinario y la forma en que un amor abyecto puede desgarrar la vida. Por supuesto no está exento de analizar un poco el arte, lo que Proust considera el gran arte, ya sea en la literatura, la pintura o algo más, así como de analizar la vida desde la filosofía y aun, desde la vida misma. Leer a Proust es algo más que mirar con un microscopio la sociedad burguesa en Francia previa a la Primera Guerra Mundial, es más que ver el ocio y la decadencia del ser humano. Lo explico de este peculiar modo: Milan Kundera creó La insoportable levedad del ser, para explicar cómo nada se siembra en el alma y todo está en ella, cómo emergemos de nosotros mismos como universos que no son nada y, sin embargo, somos universos. Proust evoca nuestro encadenamiento a la levedad en tanto que está urdida por el tiempo, cómo no podemos desnaturalizarnos del tiempo, que insiste en el pasado; estamos siempre desmoronándonos en recuerdos y el presente es tan fugaz que se añora como si fuera pasado.

Por la parte de Swann es toda una experiencia del intelecto, es un apapacho que nos debemos como lectores. Yo recomiendo que no cunda el pánico, porque después de leerlo, sabemos en serio que el tiempo es irrecuperable.

Literalia. Todos los nombres, El libro vacío y La tregua: Odas al hombre ordinario

José Saramago, Josefina Vicens y Mario Benedetti han tenido una convergencia interesante, para aquellos que no conocen los libros de los que hablo la invitación está abierta, si quieren leer algo que les hable de hombres pequeños, ordinarios, hombres que no tienen acción real, ni ejercen influencia en su entorno, vidas grises en resumen, pero que después de todo tienen una pequeña luz intermitente que nos llama la atención, una luz que quizás nos lleva a identificarnos o a identificar a las personas que nos rodean. Es también saber que todos somos igual de irrelevantes a veces.


Sin embargo, escribo este artículo porque no comprendo, para mí es intrigante cómo puede haber un interés tan grande por el hombre que no llega a nada; no critico el ingenio de los autores, al contrario, las obras están escritas escrupulosamente, y no pienso poner a nadie en contra de ellos, a pesar de que el único por el que meto las manos al fuego es Benedetti: lo que no entiendo es cómo algo tan vacuo puede ser tan interesante. Personalmente no disfruté ninguna, me aburrieron un poco, pero no por ser odas a lo ordinario, creo que es porque más bien son odas a lo patético; son esquemas de la posibilidad que tiene cada ser humano de ser más o menos nadie. Tal vez por eso no me identifico y no me gusta pensar que alguien lo haga, creo que por más ordinario que sea el trascurso de alguien por este mundo, los pequeños detalles de la vida nos hacen importantes, es decir, si soy capaz de sentir placer sólo por comprarme unos zapatos, mi felicidad está tan completa en tanto sea una satisfacción genuina.


Estos personajes tienen en común tener un trabajo clasemediero (no son “interesantes” como un vagabundo o un rico), de oficina (un trabajo que “nos ata” a la mediocridad), y aunado a esto, son personajes cosidos intrínsecamente a su mediocridad cotidiana en todos los ámbitos de su vida personal. El personaje de Saramago trata de salir de su mediocridad al violar las normas de su trabajo en el Registro Civil, haciendo uso de su acceso a las fichas de los desconocidos; el personaje de Vicens quiere salir de su cascarón pero no puede porque tiene la obsesión de escribir todo y esto le quita todo el tiempo; y el personaje de Benedetti es un casi jubilado gris que sólo se vuelve extraordinario cuando llega una pareja a su vida. Todo eso no me dice mucho, me dice que es gente que no aprecia su individualidad, que no es feliz pero es muy cobarde para hacer algo por liberarse. No me parecen lecciones de vida, ni ejemplos que puedo seguir, tampoco me conduce a reflexionar sobre lo triste que debe ser no tener nada a que aferrarse: a estos personajes no los quiero, no los odio, no me dan lástima, no los admiro, no los conozco, NO me inspiran nada.


A los que juzgo es a los autores porque no se que tratan de decir: intuyo que tratan de sacar un conejo de un sombrero, pues de pronto se torna maravilloso el pensar que hasta la vida más indefinida puede de pronto ser trastocada por una inquietud, porque en algún punto de las tres novelas hay un cambio radical en la esperanza, sin embargo no son cambios radicales, al contrario, los autores tratan de mantener a sus creaciones tal y como fueron siempre.


En todo caso quedaría el otro lado que uno puede absorber de una novela, que es leerla deliciosamente, sentir la caricia del lenguaje, pero creo que tampoco están hechas para eso.


He tratado de abstraer mi gusto propio de mi opinión, buscar nuevas perspectivas de porqué puede ser siquiera simpático leer sobre vidas de gente que no es capaz de alcanzar sus aspiraciones, y no lo digo desde una presunción altanera, porque no todo es cuestión de voluntad, pero estos personajes específicos son gente que ha rodado por su vida sin exigirse lo que necesitan de sí mismos, tal vez ni siquiera saben lo que quieren. La pequeña conclusión que he podido alcanzar es que quizás son melancólicas sublimaciones de la soledad y del pensamiento individual sobre las cosas tangibles y los hechos concretos, pero no veo el alcance, pienso que no es lo mismo estar muy, muy solo, que ser muy, muy soso.

Bienvenida la discrepancia, se que hay mucha gente que debe pensar: “¿pero cómo se atreve? Es José Saramago, es Mario Benedetti, es Josefina Vicens”, pero finalmente no todo está escrito para ser bienvenido también ¿o no?

jueves, 11 de junio de 2009

¡Arte, Arte! La canción más triste del mundo. My Skin Natalie Merchant

Cuando estar triste no es un placer, sólo un martirio; cuando la melancolía silencia el agitado mundo y lo vicia, y las sonrisas no pueden ser más hipócritas, y el cielo se desmembra en trozos de nubes muertas y la gente estorba e incluso el negro, el gris y el azul carecen de significado porque no hay nada que parezca más siniestro que ese dolor. Si alguien ha perdido algo que era de verdad propio entendería esta canción perfectamente. Si otro alguien nunca ha tenido nada que perder, sería capaz de imaginar el precio.
Esto es lo que Natalie Merchant tuvo a bien crear con My Skin: la canción más triste del mundo. No invita al suicidio, no invita a nada porque eso es lo que expresa: la nada. Lo insoportable que puede llegar a ser la nada. Habla de las cosas que mueren en nuestras manos, bajo nuestra custodia mientras nos preguntamos si fuimos más negligentes que incompetentes. Y queremos buscar razones, argumentos, queremos entender para ser menos culpables, compartir la culpa con el par porque nosotros hicimos lo posible y lo imposible es como una sombra, inmaterial.
"Mira mi cuerpo, mira mis manos, hay tanto aquí que no puedo entender. Me han tratado tan mal, por tanto tiempo, que parece que me estoy volviendo intocable. No necesito promesas, necesito la oscuridad, la tristeza, la debilidad, la locura, la dulzura. Soy una flor –la cosa más frágil del mundo- que muere lentamente en la helada -el estado más doloroso, más valdría cortarla de tajo-. Necesito una canción de cuna, un beso de buenas noches, ángel, dulce amor de mi vida. ¿Así de oscuro?¿Me ves?¿Me quieres? ¿Puedes llegar a mí? ¿O es acaso que estoy partiendo?Te conviene callar y aguantar el aliento, besarme ahora; quizas te interpongas a tu muerte".
Porque habla de perder la conciencia de sí, buscar perenne e infructuosamente los extremos sentimientos que nos dicen “estás vivo”. Buscar auxilio donde hay guerra, tratar de domesticar un alma rota. Quedarse en silencio divagando.
My Skin, Por Natalie Merchant
Take a look at my body
Look at my hands
There's so much here that I don't understand
Your face saving promises
Whispered like prayers I don't need them
´cause I've been treated so wrong
I've been treated so long
As if I'm becoming untouchable
Well content loves the silence
It thrives in the dark
With fine winding tendrils
That strangle the heart
They say that promises sweeten the blow
But I don't need them, noI don't need them
I've been treated so wrong
I've been treated so long
As if I'm becoming untouchable
I'm a slow dying flower
In the frost killing hour
Sweet turning sour anduntouchable
Oh, I need the darkness
The sweetness
The sadness
The weakness
Oh, I need this
I need a lullaby
A kiss good night
Angel sweet love of my life
Oh, I need this
I'm a slow dying flower
n the frost killing hour
Sweet turning sour and untouchable
Do you remember the way that you touched me before
All the trembling sweetness I loved and adored
Your face saving promises whispered like prayers
I don't need them
Oh, I need the darkness
The sweetness
The sadness
The weakness
Oh, I need thisI need a lullaby
A kiss good night
Angel sweet love of my life
Oh, I need this
Well is it dark enough
Can you see me
Do you want me
Can you reach me
Or I'm leaving
You better shut your mouth
And hold your breath
And kiss me now
And catch your death
Oh, I mean this
Oh, I mean this
Puedes Escuchar esta canción y ver el video aquí, pero te recomiendo altamente que le des una oportunidad al Álbum Ophelia (1998) de Natalie Merchant, que también contiene Kind and generous, Thick as thieves y Ophelia, grandes piezas de música también.

lunes, 8 de junio de 2009

Convocando a la justicia: ¿A dónde irán los ambulantes de Filosofía y Letras?


Un evento excepcional y aislado es capaz de revolver las cotidianeidades en que nos acomodamos pacíficamente, sin darnos cuenta que incluso llegamos a necesitarlas.
El martes pasado un hombre fue asesinado en el estacionamiento de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y es un escándalo microeconómico: los que pasamos diario por ahí estamos en shock, es algo que de verdad no vemos todos los días, pero continuamos con nuestras vidas, no es más que una curiosidad macabra que podemos contar a nuestros nietos; nos indigna, pero no nos quita el sueño, nos alerta, pero no nos hace “agorafóbicos” (quien conoce la facultad entiende mi pésimo chiste).
Sin embargo las autoridades y los medios han tenido que declarar, esgrimir y disculpar, están conminados a tener una postura, deben condenar, paliar, destacar, añadir y percatar; porque estos pequeños eventos casuales se convierten en la perfecta imagen que nos da Goya con su “Coloso”, que si no nos come y aterroriza a la aldea, al menos se ve muy amenazador ahí en el horizonte.
Es comprensible que se desaten operativos de protección civil y todas esas cosas que surgen cuando se ahoga un niño, pero en esta ocasión tapar el pozo nos costará la pérdida de aquella cotidianeidad invasiva y transgresora que teníamos: los ambulantes. Y cómo estorbaban… cómo traían color a nuestro tiempo libre. Me arrepentiré de nunca haber comprado blusas a las indígenas, ni faldas exóticas a las hippies. El problema es que “venden droga” también; uno o dos de ellos, pero ahora es cuando aplica la clásica máxima de que tooodos pagamos impuestos, los justos y los pecadores. Yo no creo que las señoras que venden artesanía chiapaneca vendan droga, tampoco lo creo del señor que hace artesanía huichol (bueno, a lo mejor él vende peyote, las autoridades son sabias).
Claro que no voy a extrañar a los tres o cuatro tipos que vendían piratería cerca de la parada y que desde las once de la mañana jugaban baraja en la jardinera mientras fumaban y se tomaban un litro de cerveza cada uno; pero voy a extrañar al señor que vendía "mulitas" el día de las mulas, la gente que vendía suéteres bonitos enfrente de la Biblioteca Central, siempre quise uno, ahora no habrá más. Extrañaré las paletas de hielo que a las dos de la tarde hacían las delicias de la insolación y extrañaré las empanadas dulces y saladas que comíamos tibias al llegar el ocaso. Extrañaré a Lázaroo, el pequeño café sobre ruedas al cual le compraba un bisquet o una dona con chocolate en las mañanas, y no olvidaré que por puro buen corazón solía regalar pan de muerto el dos de noviembre, pan de muerto y café gratis para todos. Y que decir de los vendedores de libros, gracias a ellos encontré El segundo sexo de Simone de Beauvoir después de buscarlo casi tres años.
Sí. La verdad es que no tienen permiso de la Universidad para estar allí, pero al menos yo siento que me voy a aburrir un poco al pasar por donde siempre. Creo que ellos irradiaban el espíritu de la Facultad, y de una de las zonas más importantes de CU. Siento que es como si ya no pudieran llegar Melquiádes y los gitanos a mostrar el hielo en Macondo. Hay veces que odio que el poder haga lo que está en sus manos para preservar mi bienestar. Me consuela sobremanera que la próxima vez que baleen a alguien podré correr libremente sin tropezar con el perrito chihuahua de la muchacha(o) que vendía ropa y bolsas y no se qué más en medio del pasaje. Me consuela sobremanera.

domingo, 7 de junio de 2009

What a wonderful World!: La alevosa Luna de mis rumbos.


Han pasado más de cinco años desde que me mudé a este lugar. Citadina compulsiva como me considero, siempre en el tráfico, en el metro, en el centro, no he podido acostumbrarme al campo, a detenerme a esperar diez minutos a que terminen de pasar los rebaños de vacas o de borregos, a que la gente cierre por una fiesta la única calle por la que puedo bajar de nuevo al smog. Añado a eso las tres horas o más de mi vida que pierdo diario al ir y venir del cerro llamado hogar a cualquier lugar al cual me dirija. Y el silencio. Silencio en el panorama lleno de románticos papalotes que no soporto. Silencio con perros muy, muy lejanos. Sólo el ulular de un viento salido quizás del cerebro de Stanley Kubrick y un concierto de pájaros a las 6 am: el resto, silencio.
Y sin embargo la Luna es un espectro que aparece como los mensajes dentro de botellas, destinada sólo para quien la encuentre, interpretada desde las circunstancias más particulares. Así fue como me ocurrió la Luna esa vez; me atajó en una madrugada insomne, con nada en particular en el pensamiento. No la “vi” estrictamente a ella, pero al salir a la terraza tropecé con un panorama níveo e iridiscente, creí que había amanecido pero me equivocaba, era su imponente luz quien me permitía distinguir el verde del pasto, ver la distancia exacta que tenían las cosas entre sí; las pocas sombras que había eran más negras por el contraste. Ésta, definitivamente, no era una noche oscura.
El cielo era de un azul impenetrable como las más de las noches, pero podía ver en él algunas nubes aborregadas caminando en dirección a la Luna, sin amenazar en serio con cubrirla. Contemplé atónita la belleza de aquel paisaje, como si fuera lo último que me maravillaría en mucho tiempo. Entonces sucedió: la sombra de una envergadura enorme se dibujó en el pasto y desapareció en un árbol, y cuando hube de distinguirla, era una lechuza clara, no se si blanca, pero clara. No vi los simbólicos ojos, pero sí la simbólica torsión de cabeza. Algo me llevaré de vuelta a la ciudad… cuando regrese.
Desde entonces la Luna me acosa, no es que me de romance o nostalgia, es sólo que es oportuna; cuando menos lo espero me regala momentos que me pasman de alegría, porque también, como otros seres con suerte, he visto cosas maravillosas en este mundo. Ésta misma Luna de San Francisco se me apareció durante dos segundos como la más grande que he visto: iba yo subiendo la pendiente de un callejón con altos muros de adobe, y en un punto especial se descubrió un ángulo recto que colindaba no menos que con el cielo. Ahí estaba ella, como parada junto al último poste, cubriendo todo el final del callejón, durante ese momento tenía el tamaño de una casa, pero el ángulo cambió por mi propio paso y la chica voló, volvió al cielo a donde pertenece. Y no la culpo, aquí en este pueblo de Xochimilco, no hay mucho que hacer.